martes, 27 de septiembre de 2016

Balvanera y la madrugada


En el barrio también pasa, claro que pasa.
A eso de las cuatro o cinco de la mañana, que un grupo de pibes o no tan pibes se grite, se insulte y termine a las piñas en la calle.
En el barrio también pasa, y una salía a la vereda, con los pelos despeinados, y le decía a los pibes que se dejaran de joder, que hacían ladrar a los perros y despertaban a todo el mundo.
Por lo general, los pibes rumiaban bronca, pero se iban a pelear a otra esquina, un poco más lejos de la ventana donde nos íbamos a quedar desveladas, leyendo alguna cosita para conciliar el sueño.
La diferencia abismal con la ciudad, es que acá casi no hay ventanas. Y los pibes no se sabe quienes son, porque ellos mismos no se reconocerían a esa hora de la madrugada.
Alguien gritaba desesperadamente durante la noche de anoche. Pedía ayuda a los gritos, y luego insultaba. Salí, igual de despeinada, hasta la puerta del edificio sin encontrar a nadie en la calle.
No fue una pesadilla oír sentada en la cama hasta las seis y media de la mañana los gritos de un ser humano desesperado sin haber podido hacer nada de nada de nada.
Sentir los brazos y la lengua inyectados de impotencia. Pensar cientos de posibilidades sin poder accionar ninguna.
No sé de quién era la voz que desgarró la noche entera.
No importa de quién era.
En Balvanera se asesina a los seres humanos cuando no nace aún el día.
A los futuros muertos, se les permite agonizar un rato largo.
A los que quedamos vivos, el Estado nos garantiza la tortura del espectador pasivo.

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