miércoles, 20 de febrero de 2013

La lluvia y el juego




Hay musas que juegan en la lluvia. Ninfas desnudas entre los árboles invitándonos a bailar, a recobrar el placer del soñar despierto. El amor de los niños que se besan a carcajadas, saltando charcos, cucos, realidades.
Es delicioso verlas divertirse, disfrutar del pasto húmedo mientras abren arcones conocidos. Burlonas nos muestran su juventud, su desparpajada juventud entre estos trastos viejos que fueran mis juguetes. Pelean entre ellas por mi soga, mi único patín (creo que era el izquierdo, nunca tuve el par), un montoncito de moras robadas, un raspón en mi frente, un primer beso escondida en el recreo, un padrenuestro multiplicado en cientos por cada confesión, un helado de chocolate, mi primer minifalda (blanca con rayas rojas), una caja de música en la que suena Sandro en la voz de mi vieja.
Es impúdico y extravagantemente bello verlas hurgar, buscar los perfumes de patios pequeños y dulce de leche casero. Encontrar barriletes y mariposas. Colores olvidados en desilusiones grises, en claustros grises, en drogas grises, en culpas grises, en anteojos enormes para esconder la mirada. No los ojos. La mirada que también es gris. Por dios, tan gris.
Agitando con furia las alas es como han de morir los amores y las mariposas.
Entonces, ellas.
Payasas, siniestras, hermosas, ancestrales, perfectas.
Musa tempestuosa obligandome a entregarte mi pobre cuento.
Me rozarás, piadosa, los labios.
Y tus migas serán suficientes para entregarme al juego.



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