domingo, 7 de octubre de 2012

El Indiecito y su osa




Al Indiecito

"Tú sigues siendo
el misterio de las apariciones que nunca aparecen"

(Pedro Casariego)


Verte reir derrite al alma más cruel. Y lo sabías.
No podía importarme mucho. Por mi edad, por una cuestión esencial en los hombres, una necesidad casi hormonal de salir a desparramar el mercado. Todas eran mias. Todas me gustaban. Todas las que me daban bola, aún mucho más. No importaba si eran más bellas, más inteligentes, más nada. No buscaba reemplazarte ni cubrir el espacio de tu ausencia. Mi hombría se media en kilómetros de vagina. Y estaba dispuesto a juntarlos.
Pero verte reir, me enamoraba. Al lado tuyo todo era simple y bello. Los problemas de mis viejos me chupaban un huevo. El colegio era una anécdota diaria. Tu sonrisa encofraba los secretos de todo mi universo. Junto a tu boca también llegaban tus besos. Y el cóctel era rico y refrescante.
Debajo de tus pestañas inmensas, despiadadas; nacía una mirada escrutadora. Sabías que te era infiel. Lo sabías y te dolía. ¡Cuántas veces habrás fingido creerme un partido de fútbol, una cena con amigos! Tus enormes ojos se abrían aún más para reprochármelo silenciosamente.
Y yo también aprendí a callar.
Con el silencio los besos fueron secándose, de a poco, como sin importancia.
Tu mano pequeña perdida en mi pecho, de pronto buscaba la mesa de luz, la llave del velador, un cigarrillo, la distancia.
Yo te amé. Lo sé.
Lo supe mientras te ibas. A otra ciudad, dónde te reencontrarías con el mar, con tus silencios, con esas babas de algas que te colgaban del alma. A vos, que me querías. Por mi, que te engañaba.
Supe que la estupidez es ilimitada cuando te reclamé tu abandono, te informé de tu condición de perra, de mujer miserable que era capaz de romper un corazón.
Y sonreíste.
Con ojitos de osa.
De osa triste.
Un momento incompleto, pequeño, alguna lágrima que ya no pude contener.
- Me quisiste?
Claro que no. Claro que no te iba a responder.

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