domingo, 9 de septiembre de 2012

La emoción de fingir

No se puede comparar lo que me hizo. No puede abandonarme así, como si nada. Él sabía que yo no iba a decirle la verdad aunque me pusiera carbón bajo las uñas. No iba a lastimarlo diciéndole la verdad. Esos que dicen que la verdad es absoluta, a mi no me parece. La verdad fáctica se desdibuja en las aristas que puede tener cada realidad individual. Así para mi, mis verdades estaban condicionadas a mi realidad. Y la realidad de él era terrible como para llenarla de malas noticias o datos que no iba a interpretar profundamente. Si, si, claro que es cierto que yo me acostaba con Juan. Pero no hubiese entendido en ese momento las verdaderas razones de porque yo me acostaba con Juan. Porque Juan me mimaba, o me compraba un chocolate, me llenaba de besos, cosas tan elementales como intrascendentes porque lo importante es la familia, claro, pero a nadie le importó si a mi me hacia falta un beso, una caricia, una sonrisa. Entonces le fueron con no se que chisme y naturalmente se armo la podrida. En cuanto le vi los ojos creí que iba a pegarme o a matarme, y supe que no iba a poder manejar la verdad. Si le subía la presión, nadie me iba a ayudar a levantarlo y llevarlo hasta un hospital. Furioso y acalorado gritaba palabras inconexas que rebotaban en mis oídos, en las paredes, en cada sentido del cuerpo. Buscó a tientas el machete bajo mi mirada incrédula. No, mi amor, no me acosté con Juan. Te mintieron. Una lágrima le temblaba en los ojos, trémula, indecisa. Si hablaran los ojos. Si hablaran.
Se decidió a dejarla caer, sintiendo como rodaba y se desprendía de su cara para estrellarse contra el borde de la zapatilla.
Levantó la vista para dejarme ver tanta tristeza. Y luego la nada, su cuerpo desplomado, una ambulancia que no llegaría nunca, grité su nombre, sacudí su cuerpo esperando una respuesta, poder decirle que siempre lo había amado, que no me dejara sola. Que por favor, no me dejara tan sola...

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