viernes, 8 de mayo de 2009

La patada en el culo VI

Mirándote de espaldas me deslumbraba esa forma casi etérea de girar que tenías. Con los pies apenas apoyados en el piso estabas hermosa y no era justo seguir mintiéndote.
Encontré esmeradamente las palabras justas para no hacerte daño. Y aunque llorabas sin remedio no podía seguir mintiéndote mientras estabas tan hermosa.
Entre hipos y abrazos me pediste un último beso. Sinceramente, me sorprendiste. Uno espera una escena de espanto o un sopapo. Además la idea del “último” beso me resultaba terrible. Lo “último” y después la nada, media vuelta y a caminar más aliviado, menos comprometido con vos, más libre de nuevo y vos tan triste, tan destrozada, tan sola con tu último beso que aferrarías a tu boca como un aliciente que sólo es un castigo.
Te acercaste temblando. Te abracé y mi boca buscó la tuya como un camino conocido para cumplir tu deseo.


El dolor y la sangre se sintieron al mismo tiempo. La mordida feróz. El jarrón en mi cabeza.
- La renguera del perro, querido, si la hubieras visto mejor no estarías tan jodido.

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