viernes, 20 de abril de 2007

El Domingo más frío de Abril

“Al quemarse en el cielo la luz del día

me voy.

Con el cuero asombrado me iré,

ronco al gritar que volveré

repartido en el aire a cantar,

siempre”

Zamba para no morir (Hamlet Lima Quintana)

El Negro pasó la infancia entre la calle y el club “El Progreso” dónde el amigo Lalo le convidó la primera borrachera. Charqueando entre el barro, lustrando botas por puro snobismo en la estación Lynch hasta que Cayetano, anarquista y gráfico, lo agarró de una oreja y lo arrastró hasta la casa enorme donde Francisca cocinaba para dos varones y una señorita, un suegro calabrés boca sucia y un perro que se murió de pura tristeza cuando a Cayetano se le llenaron las arterias de plomo, muerte lenta y espantosa, masacre de los albores de la industria en los años 40.
A laburar se ha dicho, hijo menor de madre viuda. Pero de paso, ginebrita en el club donde supo tocar D’arienzo. Entonces volverse compadrito y galán de barrio. Peleas callejeras contra los “caqueros”. Tanguero descubriendo la poesía, la guitarra, el amor. Un departamentito en San Telmo, aunque mejor hacerle caso al tío Paco y meterse a milico. Año jodido el ’55. Adentro de Prefectura no hace falta andar con tanto cuidado, un sueldo seguro y un brillante porvenir… pero, la guitarra.
La rubia del barrio le arrastraba el ala. Casorio lleno de ilusiones, la guitarra en el ropero, los tangos para después de poder pagar la casita en Bosques, la poesía tiene que esperar otro cachito más porque enseguida nace Sandra tan rubiecita como mamá, tan frágil y entonces caer en la tentación de escribirle una canción de cuna. “De la mágica galera que un mago me regaló, sacaré un carruaje de oro para ir a pasear tu y yo…”. Se escribe mejor con un vasito de vino, pareciera que las musas caen como gotas de lluvia. Lo que no cae como gotas de lluvia es la guita. Entonces el vasito de vino empieza a tapar agujeros de tristeza. Perón no vuelve y la puta madre que lo parió.
La rubia se cansa y se toma un tren con la rubiecita sin decir chau pero puteando de lo lindo. El dolor es insoportable, cómo pelea un poeta contra tanta malaria? Cómo seguir siendo papá de la rubiecita si Perón no vuelve más, si San Telmo está tan lejos, si el poeta ahora es soldado y el soldado aprende que siempre será un instrumento de otro que fuera soldado.
Perón vuelve para poner en vereda a todos esos obreros que joden en Córdoba. Pero se nos muere ahicito nomás. Y el Negro, llora.
Acá es donde se nos cruza la morocha. Linda e inútil para todas las tareas del hogar. ¡Pero tan bonita, tan compañera! Casorio “vía Bolivia” (el Negro no aprende más). Un departamentito a puro pulmón delante de la “casita de los viejos”. Primero, María, que costó en llegar pero (modestia aparte) valió la pena. Después, Naldo. Podríamos decir que todo estaba listo para comer perdices. Pero la guitarra seguía en el ropero, la poesía esperando que se fueran los milicos y llegara la salvación del Plan Austral de la mano de la democracia que le garantizaría la justicia social, el sueldo digno para poder correr hasta la zamba, el tango, la literatura.
No alcanzó ni para la ilusión. Vender la casa en dólares antes que se nos muera Francisca, pero justo el dólar a la mierda. Y de San Martín a Loma Hermosa. Otra vez el barro donde la morocha no se cansa de putear. Ella, tan bonita y compañera, educada para el palacio donde comería perdices con el príncipe azul, se despierta en un barrio menos que obrero donde María y Naldo se llenan de piojos, se cagan a trompadas, aprenden a putear, aprenden a salir de la nube de pedos que supo ser la bendita protección hogareña. No hay guitarra, no hay poesía ni teatro. Unos cuantos libros que se salvaron de la inundación que arrastró las únicas fotos que quedaban del jugador de fútbol, del incipiente actor, de la rubia, de la rubiecita y todos los manuscritos que supieron ser poesía, zamba, canción de cuna, y un tango.
El alcohol como suave arrullo de los sueños que no fueron. Dos atados de cigarrillos diarios que convirtieron la tos matinal en polvareda. Pero el vacío de los vasos y los ceniceros llenos la empujan a María a dar el portazo adolescente mientras Naldo abraza a la morocha para que llore menos, para que siga de pie.
María solo vuelve cuando el Negro casi se muere de tanto vaso lleno. El Negro afloja y María también. Aparte, ahora que ya conoce la decepción, mira al Negro con ojos comprensivos, apenados. Empiezan a compartir el tango. ¡El Negro recupera el tango! Se sientan a charlar de literatura, de Perón, de los obreros que jodían en Córdoba, de la rubiecita (que María buscó de pura cabeza dura y encontró de puro culo), del amor. El Negro abre grande sus grandes ojos. Se toma otro vinito, pero este tiene gustito a bohemia, a San Telmo. Se prende un pucho y le convida uno a Naldo y otro a María. Entonces empieza a contar que él quiso ser poeta, quiso cantar tangos, quiso ser actor. Cuenta con orgullo y los hijos, que ya son grandes y boludos, escuchan con fascinación. Los tres agarramos lápices y papeles, cantamos desafinadamente, entendemos que la vida es cortita y uno no puede darle lugar al desasosiego.
Pronto, un nieto. Remediando con él, quizá, la infancia que no supo darnos; lo llena de besos, de caramelos, de abuelo.
Nunca más dejó de fumar. Nunca más dejó el vino. Nunca más dejó de abrazarnos. Nunca más dejó de cantar tangos. Nunca más dejó de putear que Perón se hubiera muerto cuando tanta falta hacía.
Se me murió casi en los brazos. Putisima suerte de la vida que me puso delante de él mientras en Terapia Intensiva sufría un ataque cerebral. De nada le sirvió que durante su coma de 15 días le cantara zambitas y tangos. De nada le sirvió que me quedara con el termo y el mate en la sala de espera, agazapada para cebarle un amargo.
El domingo más frío de abril el corazón le dijo chau.

A falta de testamento, me robé todos sus libros, una carta que escribió antes que yo nazca, y la infinita sensación de comprender que mi viejo era un maravilloso hijo de puta.

Papá poeta. Papá tanguero. Papá: Si es cierto que somos energía que perdura en el espacio, desde este espacio inexistente y binario que llaman Blog necesito escribir que Te Quiero. Que no te vas a morir, viejo de mierda, mientras yo pueda evitarlo. Que me debes el mate amargo y la letra de “Pasional”. Que me tenías podrida con tus chistes que siempre fueron los mismos desde que tenía 6 años. Que odié a Rapidísimo y a Larrea durante años porque no me dejabas dormir con tus tangos de mierda. Que siempre me gustó cuando te reías con toda la panza. Que ha sido un placer conocerte. Que “Platero y yo” era una porquería. Que me hiciste sufrir como una yegua haciéndome practicar lectura leyendo a Dolina, a los 7 años! Que sino fuera por tu culpa no hubiera conocido a Cortázar. Que Te Quiero. Que Te Extraño. Que te moriste justo, justito cuándo me estabas enseñando a tocar zamba. Que ya tenés dos nietas más y una se llama Julieta solo para darte el gusto. Que sigo llorando cada vez que escucho “Garúa”.

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